Un día un hombre pasaba cerca de una casa de su vecindario y vio a una viejecita en una mecedora; a su lado estaba su esposo, también de avanzada edad, leyendo el periódico. En medio de ambos se encontraba un perro que gemía como si algo le doliera. El hombre, que miraba aténtamente, se sorprendió al ver y escuchar al perro y su gemir.
Al siguiente día el mismo hombre volvió a pasar cerca de la misma casa. Una vez más vio a la pareja de ancianos en sus mecedoras y a su perro acostado en medio de ambos, gimiendo igual que el día anterior.
Preocupado, el hombre se prometió que si al día siguiente volvía a escuchar al perro gemir le preguntaría al respecto a la apacible pareja.
Al tercer día, y para su sorpresa, vio la misma escena: la viejecita que se mecía, su esposo que leía atentemente el periódico y el perro que estaba acostado en el mismo sitio, gimiendo.
Él no pudo soportarlo más.
— Discúlpeme señora — dijo respetuosamente a la dama — ¿qué le pasa a su perro?
— ¿Al perro? — le devolvió la pregunta — El perro está acostado sobre un clavo.
Desconcertado, el hombre respondió:
—Si está acostado sobre un clavo y le duele ¿por qué no se mueve a otro sitio?
La viejecita sonrió y respondió con voz tierna y compasiva:
—Eso, hijito mío, significa que el clavo le molesta tanto como para gemir, pero no lo suficiente como para cambiar de lugar….
En ocasiones nos quejamos, decimos estar hartos de algo y replicamos que es hora de cambiar. Nos quejamos, pero al final no hacemos nada. Quejarse es nuestro derecho al pataleo, nuestro derecho a manifestar que algo o alguien nos molesta, pero también es un derecho hacer algo para cambiar ese escenario. Este derecho no es más que nuestro poder. Un poder que está dentro de cada uno de nosotros y que podemos recuperar para cambiar de lugar.
Hoy os propongo escuchar y dejaros sentir la letra de la canción: “Soy el poder dentro de mi y cuando lo canto muchas veces, me lo creo!.
Sed felices y recuperar vuestro poder 😉
Gemma Segura Virella
Quejarse, al principio, puede ser el signo que haga que te des cuenta que algo te molesta. Pero estoy de acuerdo en que si prolongas la queja, debes hacer algo. El inmovilismo consume.
Pero me gustaría plantear otro concepto de “cambio”. El que tu propones es marcharse de esa situación y, aunque pueda ser la solución ideal, quizá no sea la más adecuada, ya que puede entenderse como una huida. Quiero decir que antes de moverte puede ser interesante y constructivo para la persona, analizar por qué te molesta. Es posible que el problema no esté en la situación sino en que tú no sepas enfrentarte a ella. Podría suceder que te movieras de ahí y fueras a parar a otra similar, con lo que seguirlas quedándote.
Por eso, y si en lugar de entender el cambio como irte de esa situación, no lo planteamos como adaptación a esa situación?
Así es Sonia, la queja es un síntoma de que tenemos “algo clavado”, de que algo nos molesta o de que algo no está bien. También comparto que una cosa es huir y otra decidir marcharse. Cuando huimos estamos reaccionado a lo que nos molesta, pero no estamos respondiendo de forma consciente a dicha molestia. Escuchar lo que el clavo nos quiere comunicar y dejarnos percibir qué mensaje hay tras esa queja, porque las quejas hablan, si les dejas espacio para ello. Muchas veces se esconde algún miedo, como entiendo quieres exponer, tras el clavo y huir sin más podría llevarte a otro nuevo clavo.
Finalmente, si cuando comentas que adaptarse a la situación es una forma de explorar dicha situación, lo comparto. Pero adaptase sin más al clavo o a lo que esconde tras de si, sería persistir en la queja. Es posible que el cambio sea justamente esa exploración, ese dejar percibir la molestia para luego, encontrar la forma de marcharse de esa emoción, sentimiento o situación. Tras la inspiración debe venir algún cambio, aunque sea desclavar un poco el clavo como primer paso. No siempre el clavo puede sacarse de una sola vez. Pero al final hay que desclavarlo.
Gracias por la reflexión Sonia! Abrazos,
Gemma Segura Virella